Acuarela de Jueves Santo

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A mi Cristo de “ La Columna”
Revista Vbeda, 1956

Llovía el Jueves Santo en la hora de la procesión; en la hora de la salida del Cristo de la Columna, de mi Cristo. Acuarela empapada de nubarrones y de impaciencias en el marco gótico rezumado de San Isidoro. En él se clavaban miradas húmedas de nostalgia, calientes de evocación, queriendo tallar ávidas la silueta del Poderoso…

De pronto, ante un destello de sol que hace humear la dorada piedra, alienta el corazón frío de la tarde. Y el flojo tambor cofradiero tensó su lomo para anunciar que había que seguir latiendo. El cielo gris se desnuda en carnación de “buena tarde” y, por un momento, todo parece maduro. Una corneta, como una espada, arrincona todos los rumores, suena la melodía de la marcha “Desconsuelo”, y entre lágrimas el alma aflora a los ojos. Ya está en marcha la procesión, escoltada de colores penitenciales.

Luego -nos había traicionado el rayo de sol; nos había traicionado el súbito descote azul de la tarde-, llovía otra vez; aleteo de nazarenos, balcones que se abren medrosos y entusiasmo doliente: ¡De prisa! ¡A Santiago! ¡Ya es nuestro! Cristo hecho reo por nuestros pecados. Esta tarde, es la tarde misma quien oficia la flagelación. La acuarela es de verdad. Las veletas de Santiago se retuercen mismamente como flagelos. Y un gigante nubarrón azota de flor blanca el rostro de nuestro Jesús.

Nuestras miradas se clavaban en el infinito. Querían ser varales para el palio que necesitábamos; querían sostener un palio de Amor sobre la Figura adorable y maltratada de Cristo. El viento aullaba su furia: un sayón, un esbirro más para el Costado de Jesús.

Y nuestras filas iban tiñendo de color morado las calles que apuñaladas de dolor eran el escabel de nuestros rezos musitados al son de broncos timbales también heridos por la prisa de esconder pronto nuestra pena.

Luego, ya otra vez en San Isidoro, me acerqué a mi Cristo, a mi Imagen, traicionada este JuevesSanto por el beso fugitivo de un rayo de sol, con vocación de Judas. Todo el “paso” estaba perlado de llanto. Y yo enjugué el mío ante el Sagrario del Dios tres veces santo. Era frágil mi Cristo, era frágil la obra de mis manos. Pero en el “Monumento” estaba el Dios Fuerte, el santo inmortal que parecía repetirme: -No lloréis por mí; llorad…

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